En realidad todo empezó mal. Después de pasar cuatro horas en el salón Benito Juárez del Congreso, donde se aprobó el desafuero estatal y se armó gran alboroto por no poder abrograr el Decreto 57 —se consiguió abrir la ley a comisiones de análisis plurales e inclusivos—, al cansancio y desvelo de los activistas y manifestantes se le sumó una dura sesión de cabildo municipal en la que el tercer punto de la orden del día era la posibilidad de condonar el impuesto predial a todos los deudores. Recordemos que el predial fue el punto más debatido del pliego petitorio que Mexicali Resiste presentó al Ayuntamiento de Mexicali.
Todavía no abrían las puertas cuando gente ya esperaba la hora en el segundo piso de la Casa Municipal. Cuando pudimos entrar algunos se acercaron al café de buen humor, otros fueron directamente a una silla, otros a tomar posiciones como periodistas y otros hasta metieron una banca de madera y metal que estaba en el pasillo del edificio. Diecisiete sillas de piel negra observaban al público tras una larga mesa semicircular de madera pulida con el letrero “X SESION DE CABILDO” (sic) como remate.
Mientras la gente se sigue acomodando León y José Fierro hablan sobre la intensión del tercer punto del día. La gente escucha, expectativa, y cuando el alcalde entra al salón, se sienta en la silla central y avienta un buenas tardes por el micrófono la gente lo calle. “¡Déjelo hablar!”, le gritan, y no tiene más opción.
“Esas grandes cantidades que no se han pagado por parte de los deudores empresariales —dice León—no es una deuda personal a Gustavo Sánchez, es una deuda a todo el municipio de Mexicali.”
José exhibe al banco Santander como ejemplo, empresa que le debe entre 4 y 6 millones de pesos al Ayuntamiento de Mexicali y que en 2016 alcanzó utilidades netas de 15,715 millones de pesos al año sólo en México.
Cuando pasan lista y Gustavo se dice presente le gritan: “!Represor! ¡Hipócrita!” El alcalde ha llegado muy serio a la sesión pero no se defiende con nada. Son sus regidores quienes solicitan el orden cuando su presidente sufre tiros directos. La sesión lleva menos de diez minutos y ya han resuelto dos puntos.
Jorge Benitez, activista y miembro de la mesa de diálogo con el Ayuntamiento, se mete detrás de los regidores hasta llegar al centro, donde está el alcalde, y pega una cartulina al centro de la pared. “ “. Tres de las personas que fueron detenidas el 13 de febrero, entre ellas Lupita Mora, se amarran las manos por la espalda y se colocan en el centro del semicírculo dándole la espalda a la mesa. La gente se mueve demasiado, hay ansias, y la pasividad de los regidores y alcalde no ayudan.
Jesús Antonio López Merino, secretario de Gustavo y primer enlace con el ayuntamiento de Mexicali Resiste en el proceso de los campamentos, se prepara a leer el punto Tres de la orden. Un breve silencio repleto de murmullos se apodera de toda la sala… hasta que truena:
“¡El cabildo no tiene derecho a votar eso! —grita de repente José Fierro, con una voz ronca, gastada, pero segura de lo que habla— ¡No tiene derecho a votar eso! ¡Aunque fuera en pleno cabildo, no tienen derecho…!” Y las voces comienzan a alzarse. Y la sala comienza a llenarse como una presa de madera a punto de reventar.
“¡No es su dinero!”, gritan desde la tribuna a los regidores. “¡Hagan lo que quieran con su dinero, no con el nuestro, pinches ratas!” “¡Hijos de su puta madre!”
Con inconfundible cinismo, prepotencia y confusión en los ojos los regidores pasan de uno en uno el micrófono por la mesa para votar: “Héctor Guzmán Hernández, a favor”, dice uno; “Carmen Carrera, a favor”, dice otra; “Diego Echevarría, a favor”, dice orgulloso y bien peinado el menor de todos. Pero antes de que termine la votación sólo hay un coro en el cabildo: “¡TRAI-DO-RES! ¡TRAI-DO-RES!”
“¡Eres un traidor Gustavo!” le grita Benitez al micrófono del alcalde, a medio metro de distancia de edil, lo que ocasiona que un seguridad le quite bruscamente el aparato. “Por favor, necesitamos orden”, dice Gustavo; de hecho lo está pidiendo, pero no se levanta de su silla ni le explica nada a la gente. ¿Por qué han votado a favor de condonar “todas las cuentas, no sólo la de los grandes deudores”? ¿Con qué cara y con qué pantalones pueden decir que tal y tal y tal persona ya no le debe a la ciudad ni a los ciudadanos que viven en ella? Porque todos y todas los sentados en esas sillas de piel negra siguen con sus buenas tardes sobre micrófonos.
“¡No les importa el pueblo —grita una señora llena de arrugas—, es lo que menos les importa!” “¡Renuncia!”, le gritan a Gustavo. “¡Renuncien todos!” Pero dan paso a la siguiente orden del día con el micrófono sobre los gritos.
Gustavo ahora tiene a gente cubriéndole los flancos. Hay muchas cámaras que registran todo sin ser medios oficiales. Algunos regidores se ven sobrepasados por la situación; nunca habían estado en una situación así. Por primera vez se están enfrentando con el espejo que nunca les regresó su reflejo todos estos años, y no parece gustarles.
Por otra parte, hartos de hacer siempre lo que se les ordena, el grupo de personas que hacen hervir el salón están empoderados y lo siguen haciendo. Les gritan a sus funcionarios, les pierden el respeto, los insultan, los miran con ojos penetrantes, unos llenos de incredulidad y otros llenos de odio. “Yo trabajé para ti en la campaña”, le dice un joven del Nuevo Mexicali a Gustavo, de frente y apoyado en la madera de la mesa. “Te creí lo que decías; te apoyé con mi familia, mi familia y yo te apoyamos, ¿y así nos pagas?”
Una regidora está a punto de llorar desde su silla; Otra a quien no le ha gustado el espejo.
Cuando se pasa al siguiente punto Jesús Vega, sin rastros de vergüenza en su voz, le dice a los manifestantes: “Yo creo que a todo le hemos dado la palabra. Ahora hay que respetar caballeros”. Mientras tanto una señora llora de impotencia porque tiene dos hijos discapacitados y les han sacado de la casa, y no tienen más dónde vivir”.
En el piso hay tres mujeres arrodilladas frente al alcalde con las manos atadas y con fotos de la represión del lunes 13 de febrero en una pizarra que se han inventado. El rostro de Gustavo es el que más vergüenza expresa, el resto del cabildo es bastante uniforme (salvo la regidora que ha llorado). Héctor Ibarra calvo juega con una pluma desde su asiento y probablemente piensa que está en otro lugar mientras le sigan gritando a la cara que es un ladrón. Califa junto con otros que confunden lo público con lo privado buscando privatizar ganancias al tiempo que hacen públicas deudas, como esta que le han quitado a la clase empresarial:
¿Por qué perdonan una deuda que puede ingresar hasta 1,800 mdp, según estimaciones de Jesús Montoya?
Ola tras ola de ciudadanos indignados se forma frente al alcalde, quien todavía no se para ni explica cómo han concluido que esa es la mejor solución para la ciudad. “¡Parásitos!” “¡Banda de buitres!”
En el piso del salón está el pueblo. Un pueblo que puede sentir y que por eso mismo se expresa de tantas maneras. Una señora morena cercana a los 50 años llora de coraje y de impotencia. “Mi madre tiene que trabajar un año para que le vuelvan a reactivar la pensión. No somos limosneros —dice a la cámara—. ¡No venimos a pedir limosna!”
Poca gente está sentada. Todo mundo camina de arriba abajo. Nadie del público lo puede creer. La licenciada Ang habla por el micrófono de discriminación de género, pero tampoco se solidarizó con la gente más allá de su voto en contra. Siguió con su libreto de político, y Gustavo Sánchez vuelve a bajar la cabeza cada que se encuentra unos ojos pobres más fuertes que los suyos —quizá vea en ellos su debacle como político y sus aspiraciones a gobernador.
Benitez pone un billete de 200 pesos frente a Gustavo. Antes una mujer le había aventado monedas.
El cabildo del XXII Ayuntamiento de Mexicali, como si no tuviera a casi cien ciudadanos gritándoles enfrente, como si no existiera su pueblo, la gente a la que prometió servir, siguen sesionando:
“Consideramos que es tiempo de apretarse el cinturón” —lee Ang desde la mesa mientras los otros escuchan o hacen como si la escucharan.
Resulta contradictorio escucharla decir que hay crisis económica en las arcas del ayuntamiento al tiempo en que dejan ir cientos, sino casi dos mil millones de pesos en dinero que ya les deben. Difícil situación financiera, dice; se requiere voluntad política, afirma; Hay que eficientizar los recursos, declara; reducir el gasto público, comparte; y finalmente “reconocerle a este ayuntamiento que ha realizado los esfuerzos necesarios”… Después de esta frase claro que hay un sin embargo, pero han pasado tantas cosas en este salón, que nada después de esto vale la pena contar.