Anoche tocó Panteón Rococó en Las Fiestas del Sol, la versión mexicalense de Disneylandia, Six Flags y la Flor más bella del ejido all rolled-up into one. Botargas de Mickey Mouse se mezclan con montañas rusas, carritos chocones, juegos diseñados para hacer perder dinero al público y caballos que bailan rancheras. Pero más allá del hecho de encontrarme con una Cenicienta oxigenada en los pasillos de asfalto de la feria, y que lo que más me entretuvo fue el baile de los caballos, vale la pena referirse a un topless que hizo una muchacha en el concierto roquero.
He visto el video varias veces: una chica pasada en carnes sobre los hombros de un amigo (puede que sea su novio, pero lo dudo) se quita un top negro en medio de la multitud y de la noche. Cuando el público la nota enloquece, la apoya, le aplaude, la impulsa, levantan las manos, la vitorea. Ella, por su parte, parece liberada y le muestra sus dos dedos corazón a los presentes.
Quizá sea una obviedad, pero desvestirse a gusto (cuando uno lo decide) le puede dar a uno bastante empoderamiento. Esto no es nuevo, claro, ya lo sabían los antiguos griegos, por ejemplo, quienes intentaron mostrar de lo que se trataba el cuerpo humano en su escultura; o los pintores del renacentistas hasta la modernidad, que hicieron lo mismo; o los hippies, que ya estaban hartos de vivir en un mundo controlado por el deber a las tradiciones y que, en buena medida, sigue siendo el mundo en el que todavía vivimos —pienso en movimientos contemporáneos como #FreeTheNipple.
Vivimos en tiempos en donde lo público y lo privado se confunden entre el espacio y el tiempo y donde estos dos conceptos pueden recrearse virtualmente. Como dije arriba, alguien tomó un video del asunto y la red social más popular de la ciudad no tardó en hacer un circo de lo ocurrido. Esto no me impresiona. Para nada. Lo que me ha hecho escribir estas líneas ha sido un comentario: “Bendito que tetas tan feas, con ver esto quiero mas las mias” (sic).
La chica que lo puso no es fea, su perfil dice que es una “communication & social responsibility professional” y, pasando sus fotos públicas, uno puede ver algunos mensajes donde parece reivindicar la equidad de género: “Seguridad y un entorno justo para las mujeres en mi pais sobre todo para las que viven en la tierra que me vio nacer, Mexicali #niunamas…” (sic)
¿Qué pensar de este public shaming? ¿Vale la pena reírse hasta el hartazgo de estas cosas? ¿Debemos de aceptar que así es nuestro sentido del humor y nos es tan difícil dejar de humillar para disfrutar como dejar de viajar sin una lata de chiles en escabeche en la maleta? Sí, claro que sí. En una ciudad donde pocas veces pasan cosas distintas a la nada, ver unas tetas ajenas sin pagar por ellas es un evento trascendente.