EL AÑO NUEVO MEXICANO

Para México, este 2017 empieza como la noche en que se hunde un trasatlántico o como la mañana en que debe caminar a la plaza un condenado a muerte. Con tanta acción llevándose a cabo por tantos lados, parece que las Moiras —esas viejas austeras encargadas de cortar listones y repartir futuros— se interesan más de lo que acostumbran en nosotros. 

En Mexicali, de repente, lo que nunca pasa sucede: la población civil sale a protestar a la calle y toma dos instalaciones públicas clave para reclamar su derecho a decidir y revocar los mandatos que sus representantes políticos han firmado y consideran ilegítimos.

Desde las manifestaciones contra la guerra de Irak en 2001 (aunque me han dicho que en 2012 hubo un movimiento similar “por lo de la luz”), no veía a tantos mexicalenses emocionados por compartir un enemigo común, aunque a veces se confunda esa idea general en “todos los políticos”. Sin embargo el público parece tan convencido de la corrupción, irresponsabilidad, injusticia y falta de contacto con la realidad del gobernador Vega y diputados, que faltarían todos los adjetivos que escribe David Trashumante en su poema, Caja Pandora, para describir el salto ciudadano que se está dando en la ciudad.

Por algún lado escuché que en situaciones de incertidumbre nada más el miedo corre más rápido que los rumores. Hace unos días, cuando las protestas violentas se televisaron por todo el país, me habló una amiga por teléfono para platicarme de un grupo de amigas cercanas, mujeres profesionistas de treinta y tantos años.

Todas ellas fueron a la universidad, dijo mi amiga, están acostumbradas a ganar buenos sueldos,  comprar en Estados Unidos, es gente que paga a tiempo sus impuestos en México, etc., pero toda la semana pasada nomás salían de trabajar y se encerraban en sus casas, protegidas (supuestamente) por las bardas de sus residenciales privados y guardias de seguridad. Tienen miedo. Se esconden por miedo.

¿Pero miedo a qué?, pregunté. Pues miedo a la gente, dijo ella. Miedo a que las roben, a que les pequen, a que les pase algo.

Irónicamente, en México no sólo se les teme a los personajes más nobles de la religión que la mayoría dice profesar (especialmente la gente de “buena familia”), sino que  se les marginaliza o se les desaparece simplemente. Basta con ir a una cárcel y preguntarle a los reos cuál ha sido su crimen y dónde crecieron. O visitar escuelas donde no hay pizarrón ni mesabancos ni maestros en comunidades donde ni siquiera hay comida. O recordar Ayotzinapa. En nuestra sociedad fabricamos pobres para convertirlos en criminales. Y después construimos cárceles para llenarlas con ellos.

Durante casi una semana, la principal planta de distribución de combustible, La Rosita, fue bloqueada por manifestantes. Primero fueron taxistas y choferes de Uber, después ciudadanos con ansias de presionar al gobierno para que den marcha atrás al gasolinazo. Durante esos días Mexicali se quedó prácticamente sin gasolina y estaba a punto de entrar en una crisis que hubiera obligado a una respuesta institucional. Desgraciadamente, la planta fue desalojada por fuerzas federales la madrugada del miércoles para que todo siguiera como antes.

En un video subido por Adrián Zapata (nombre en Facebook), el joven explica que el carro en el que viaja es el último vehículo civil que sale del campamento de La Rosita. Mientras se escucha su voz en off se ven decenas, sino cientos, de patrullas y vehículos sin placas de fuerzas municipales, estatales y federales. La tarde del martes estuve en el campamento y no conté a más de cien personas entre hombres, mujeres y niños (algunos dicen que hubo casi 200 durante la noche). Tantas patrullas y uniformados con armas de fuego no puede tener sentido.

¿Para qué tantos profesionales de la violencia, armados, en ese espacio? ¿Cómo es posible que representantes de gobierno no puedan negociar una salida pacífica con la ciudadanía? ¿Por qué se le intimidó así a una población civil, no armada, compuesta por hombres, mujeres y niños, que se manifestaba pacíficamente? ¿Qué no se dan cuenta las autoridades que es más útil un buen diplomático, un buen político, que todos las fuerzas federales antimotines que volaron desde Ciudad de México —y que también es más barato?

Es obvio que a nuestros gobernantes no les alcanza la cabeza para encontrar formas más civilizadas para usar nuestro dinero y mantener la paz social. Desafortunadamente, su plan dio resultado. Con la llegada del sol del miércoles el último grupo de resistencia civil abandonó La Rosita. Ahora el punto de reunión ciudadana es el edificio de recaudación de impuestos, ocupado por civiles desde el lunes por la mañana.

Allá vamos.


P.D. Hoy ha sido la primera gran marcha general. Algunos dices que fueron más de diez mil personas. Mientras escribo esto todavía hay grupos en los palacios de gobierno, algunos incluso denunciando violencia por las autoridades. El domingo se supone que hay otra gran marcha. Y hay que volver a salir.

El texto anterior fue parte de una serie de crónicas que se publicaron a finales de 2016 y principios de 2017 en el diario Monitor Económico y en la revista El Septentrión. El orden en el que aparecen aquí no corresponde a su cronología original .