MARCHA: ESTÁ EN SU DERECHO

Durante la noche del sábado los arraigados al campamento Sur hablaban de las posibilidades de fuerza convocada para el día siguiente: «Va a haber más que el jueves», decían en las fogatas. «Hay medios que están hablando de 20 mil personas», dijo uno. «El comandante de aquí acaba de decir que se están preparando para 50 mil manifestantes», dijo otro. 

La cita para la marcha quedó pactada a las doce del día del domingo, con concentraciones en la plaza del Río Nuevo y en el monumento a Vicente Guerrero, donde se leería parte del pliego petitorio de los campamentos y se daría información de lo que se viene haciendo en los plantones desde el jueves.

Esa noche diez personas se quedaron en el campamento Sur, seis junto a la fogata y cuatro jugando ajedrez hasta la mañana, cuando los que dormían en tiendas de campaña comenzaron a levantarse e intentaron desayunar. «Prueba esto —dijo una chica—. Es chocolate con leche pero sabe raro. Dime si la leche está podrida». Como mucha gente lleva alimentos de rápido vencimiento hay ocasiones en que las pocas personas que duermen ahí no pueden acabarse. Con la salida del sol alguien todavía alcanzó unos tacos de papa con chorizo que seguían buenos y dos chicos pusieron a calentar una hoya con pozole del día anterior con la esperanza de que no se hubiera echado a perder. Todavía servía.

A las ocho de la mañana llegué a mi casa y dormí cuatro horas. A la una de la tarde alguien pitó en el callejón.

«¡Fierro flay! —me apuró un primo desde su carro—. ¡Ya están marchando!»

«La marcha es a las dos —le digo—, falta una hora». Pero me enseña un video.

«Ya están marchando —dice—. ¡Allá nos vemos pues!», y arranca para el monumento.

El día es fresco y casi no hay nubes, pero hace un sol de invierno que pica después de un rato. Mucha gente lleva sombrero y otros tantos van vestidos de blanco. En las escaleras del monumento a Vicente Guerrero miembros de los campamentos hablan por el sistema de sonido junto a personas que se han ido sumando y no conozco. A veces parece que entre más indignado sea el orador, más aplaude la gente. Por el bulevar López Mateos ya van marchando cientos (¿miles?) de personas. «¿Qué pasó con la salida?», le pregunto a uno de los organizadores. «Los bikers salieron temprano, se desesperaron —dice—. Nosotros seguimos saliendo hasta las dos».

«¡Recuerden gente, pongamos el ejemplo —dicen desde el sonido— y no dejemos basura tirada!» Y la gente aplaude.

El tambor de una banda de guerra adolescente marca el tiempo e inmediatamente después empiezan los redobles de los otros diez o quince tambores. El segundo gran contingente comienza su marcha hacia los palacios. Algunas personas, desde jóvenes hasta gente mayor, se emocionan tanto por los tambores y las cornetas militares —vestigios de una época en que México parecía avanzar hacia el progreso— que les aplauden inmediatamente y su expresión asoma un rastro de esperanza y nostalgia.

No veo mucha seguridad policial. Como en los maratones, un contingente de más de veinte motos bloquea las bocacalles. Hay bicicleteros y gente en silla de ruedas marchando. Un pick-up queda atrapado en una vuelta y una muchacha utiliza el cofre para recabar firmas contra la Ley del agua. Por la calle del hospital general hay decenas (¿cientos?) de personas caminan en dirección contraria al centro cívico. ¿Por qué? «No hay nada allá», dice uno. «Nosotras nomás vamos al Oxxo», dice otra. Paso por el costado de la plaza con los tres poderes, la plaza principal, y no cabe nadie.

El campamento Sur está más poblado que hace unas horas. Tienen dos filas para firmar la derogación de la Ley del agua y reparten la comida en buen estado entre la gente. Una señora de pelo delgado y pintado de rubio con un peinado permanente se desespera por un malentendido pero un miembro del campamento le pide paciencia y le asegura que todo mundo va a poder firmar. Algunas caras nuevas organizan la comida, el agua y los informes. El público utiliza los baños del campamento y la fogata sigue encendida.

Camino a la plaza principal, a la entrada de Sedesol, están armando un campamento nuevo. Organizándolo hay tres personas, todas con chaleco fluorescente. Cuando puedo ver a las personas de cerca parecen en situación de calle, no tanto por físico, sino por sus ojos. «¿Es nuevo el campamento?», le digo a uno. Dice que sí. «¿Y por qué están tomando el edificio?» «Estamos con Tamai», dice después de un rato, y da la casualidad que va llegando el señor.

Lo saludo con un apretón de manos y le pregunto lo mismo, cuál es la razón de este plantón. Dice que es por las tarifas de la luz, que su lucha es a nivel federal y que son el Frente Cívico Mexicalense. Lo dice con un nivel de soberbia que no se ve en los campamentos ciudadanos. «Parte de los acuerdos para esta movilización es que no haya grupos ni partidos políticos», le digo, y con eso me convierto en su enemigo…

Comienza a desacreditar los acuerdos de las asambleas ciudadanas y a justificar a su grupo en base a su antigüedad. Le reconozco su antigüedad como activista (lo llevo viendo en el periódico más de veinte años) pero le digo que el tiempo sólo no legitima ni puede legitimar a nadie. Además, señalo, las personas de su campamento no parecen ciudadanos muy preocupados por la política.

«Mira —dice—, tú estás en tu derecho a hacer lo que quieras y yo estoy en mi derecho a hacer lo que quiera. Yo no te voy a molestar a ti y tú no me molestes a mí». Tamai me habla de cerca y puedo ver su edad en el rostro. Tiene lagañas en los ojos y su aliento es fuerte y hediondo, como si trajera algo podrido dentro. «La cosa es que se ve muy sospechoso lo que está pasando —le digo—. Están poniendo puras casas de campaña nuevas cuando los otros campamentos tienen lonas casi todas donadas; los chalecos que tiene toda esta gente para identificarse no son necesarios y no serían necesarios si estuvieran aquí por su voluntad». Entonces caigo en cuenta: «Y me parece sospechoso que nadie más aquí esté diciendo algo más que una persona».

«Tú piensa lo que quieras —dice—. Mejor ya vete, que no entiendes cómo funcionan las cosas».

«Si, sí entiendo. Pero es tan vieja su lucha que también sus métodos son viejos».

Mientras más discutía con el señor más acarreados me iban rodeando. Por último insistí que se veía mal lo que estaba haciendo pero no hizo caso. Volvió a decir que era un entrometido y que mejor me fuera. Así que eso hice y olví a la concentración principal. Apenas se podía caminar de tanta gente que había; a veces hasta avanzar era imposible. Había niños en los hombros de sus padres, señoras pudientes que caminaban solas, muchachas sonrientes que observaban a la multitud con asombro, un grupo de tambores con ritmo afro-caribeño, mantas, pancartas, letreros, cartulinas, matracas, cazuelas, silbatos y muchas ganas de que a la gente se le escuchara —al menos el ruido.

«¡El que no brinque es Peña! ¡El que no brinque es Peña!» cantaba y brincaba toda la plaza.

Los micrófonos que guiarían la concentración estaban sobre un montículo rectangular en uno de los patios de la plaza. La banda de guerra llegó hasta su lado y tocó una pieza. El montículo estaba acordonado y miembros de los campamentos guardaban seguridad, apuntando a gente que quería hablar y haciéndolos tomar una fila, así como no dejar que nadie desconocido o no programado subiera a los micrófonos. Las veces que pasé por ahí durante las dos horas pico nunca hubo menos de treinta personas formadas para pedir el micrófono. De hecho se tuvo que decir que no había tiempo para que todos hablaran, a pesar de que intentaban reducir a un minuto cada intervención. 

El único momento de tensión en el evento fue cuando un miembro del ministerio público (esto lo supe después) se acercó demasiado a los rostros de manifestantes para tomarles fotos, por lo cual lo enfrentaron y sacaron de la concentración, no sin resistencia. El otro desconcierto fue cuando corrió un rumor de represión violenta contra la concentración. Los activistas hicieron responsables a Gustavo Sánchez y Francisco Vega por cualquier cosa que les pudiera pasar a ellos y a los manifestantes, pero al final no pasó nada. Hubiera sido muy tonto de parte del gobernador reprimir a tanta gente en ese lugar.

De hecho hace un par de horas (escribo desde la madrugada), en un mensaje de mal gusto, Francisco Vega ha felicitado por Facebook a la población de Mexicali por su participación en la marcha. Como si no hubiera escuchado, o no le hubiera importado, que gran parte de la manifestación era precisamente en su contra.

Aunque suene trillado, el día de hoy ha sido histórico para Mexicali. Los medios oficiales hablan de 40 mil personas marchando mientras otros suben el número hasta 60 mil. Esta ciudad quizá no tenga los dos mil años de historia que tiene Estambul, ni los cantos de protesta que respira la hinchada argentina, pero con 115 años y un desierto que la envuelve, parece que va alcanzando una mayoría de edad en consciencia política.

Hasta ahora los campamentos siguen y crecen tanto en miembros como en número. Cerca del final de la concentración un grupo se plantó frente a las puertas del ejecutivo estatal e hizo campamento. En unas horas será la mañana del lunes y muchos esperan que cientos de trabajadores y ciudadanos acudan a los palacios para resumir su cotidianidad. ¿Cuál será su respuesta ante los campamentos?

Por último, el pliego petitorio oficial —tengo entendido— todavía no se hace público, pero los puntos principales que se han manejado en las asambleas (aunque pueden no ser los únicos) son: la derogación de la Ley del agua, el no aumento del impuesto predial, una posición contraria a la federal por parte de municipio y estado frente al impuesto en la gasolina, y la reducción de sueldos de los funcionarios.

Como he escuchado decir en los campamentos, estos plantones no son permanentes, sino indefinidos. Mientras más rápido acudan el presidente municipal y el gobernador a dialogar con los acampados en asamblea y haga caso a las peticiones de los ciudadanos, más rápido se levantarán los bloqueos. Es un sentimiento compartido dentro de los campamentos que entre más ciudadanos haya, más presión se ejerce sobre el gobierno y más rápido se puede acabar esto. Si no se termina, el próximo domingo está convocada otra mega marcha.

Así que si está de acuerdo con las demandas, los temas, las marchas y los plantones, visite los campamentos y conozca a sus conciudadanos. Está en su derecho.

El texto anterior fue parte de una serie de crónicas que se publicaron a finales de 2016 y principios de 2017 en el diario Monitor Económico y en la revista El Septentrión. El orden en el que aparecen aquí no corresponde a su cronología original .